Yo, Tonya de Craig Gillespie, es
una película tremendamente entrañable porque ayuda a comprender la esencia más
profunda de la verdadera Harding; a pesar de saber quién es, al final quieres
ir a correr a abrazarla fuertemente y pedirle perdón, aunque nunca hayas sabido
sobre esta atleta olímpica, y decir “te merecías todas las medallas, todos los
campeonatos”.
Es una cinta donde Margot Robbie está
espectacularmente sensacional, casi irreconocible, su belleza la dejó a un lado
para impactarnos con su increíble actuación como aquella mujer inestable
emocionalmente, pobre culturalmente hablando, sin educación, sin modales,
tosca, pedestre, agreste, violenta, abrupta, vulgar, pocas palabras nos da un
ejemplo de lo que se conoce entre el pueblo estadounidense como “white trash”
un término despectivo para calificar a aquella gente blanca que no vale la pena
en ningún sentido.
Sucede que esta cinta está
filmada de manera curiosa y simpática de tal manera que se convierte en un
falso documental, es decir, aparecen a cuadro los personajes principales de la
vida de Tonya hablando a la cámara como en cualquier entrevista, hilvanando los
momentos clave en los que Margot Robbie, en Tonya, rompe la cuarta pared para
hablarle al público y rematar con frases irónicas o sarcásticas sobre sucesos
que estamos siendo testigos.
Entonces, esta forma de narrar la
película permite que el público penetre en los confines de la mente y el alma
no sólo de la protagonista, sino también de aquellos que afectaron directamente
el destino de la patinadora olímpica.
En primer lugar, la película nos
ayuda a despreciar a LaVona, madre de Tonya, interpretado por una estupenda
Allison Janney, quien le imprime la dosis perfecta de bajeza en un ser humano,
peor si hablamos de las humillaciones a las que sometió a su propia hija desde
los cuatro años, la manera en cómo la maltrataba psicológica y físicamente,
pero también entendemos que no trataba así a su hija como parte de una estrategia
y enarbolar la valentía en la niña, más bien LaVona era así por naturaleza, lo
lleva en los genes.
En un inicio, parece indicar que
LaVona empuja a Tonya a que sea una triunfadora para hacer que salga del ambiente
social tóxico en el que se desenvuelven, pero finalmente comprendemos que sólo
lo hacía porque la madre estaba frustrada, deseaba verse realizada en su hija,
la obligó a entrenar patinaje artístico sobre hielo, la sacó del colegio para
que se dedicará totalmente a sus entrenamientos, para ser una campeona, una triunfadora,
a cambio de insultos, de denigraciones, vejaciones, e incluso intento de
matarla, literal.
Segundo, el esposo. Jeff (Sebastian
Stan) un Don Nadie, un bueno para nada, un mediocre que prefirió no cursar la
universidad aunque ya la tenía asegurada, y en la más cara si era posible,
debido a que el gobierno se la pagaría ya que su padre murió en servicio al
país; pero no, prefirió el dinero fácil, los trabajos fáciles, el conformismo,
así que cuando vio por primera vez a Tonya, decidió tenerla para sí, amarla a
golpes, amarla a base de violencia física, ella no le preocupó la situación, al
fin había crecido con su madre así, para ella los golpes era demostraciones de
cariño.
Tercero, Shawn (Paul Walter
Houser), el mejor amigo de Jeff, un mitómano que aseguraba haber pertenecido a
las fuerzas especiales de espionaje estadounidense y por tanto conocía todas
las técnicas de guerra, defensa y ataque; por ende, fue uno de los artífices
del penoso “incidente” en el que se vio involucrada Tonya: el atentado en
contra de Nancy Kerrigan. Entonces, la vida y la carrera de Tonya se vinieron
en picada vertiginosa.
Podemos decir que Tonya Harding
fue una margarita en el centro del estiercolero, una flor que a duras penas
pudo crecer y florecer, pero entre la putrefacción social y los cerdos que le
rodeaban, que sólo les interesaba el beneficio propio, lejos de cuidarla, acabaron
con ella hasta destruirla por completo, ella, como la flor, ni para donde
moverse, estaba atrapada, no conocía nada, nadie, no sabía hacer nada, no
estaba preparada para hacerle frente al mundo ella misma y sus conocimientos o
experiencia, porque no fue a la escuela, nunca trabajó, estaba perdida para
siempre, es decir, Tonya sólo sirvió para flor, algo para adornar, algo que finalmente
no perduraría su esplendor.
Entonces Tonya era sólo una
simple muchachita con talento técnico, pero no pudo destacar porque
completamente porque no conocía de gracia, porte, elegancia, carisma, simpatía,
dulzura o ternura, aspectos que una patinadora debe también poseer, pero ¿dónde
obtener todo eso? La máxima dice “si quieres, puedes, el querer es poder”,
cierto, pero cuando lo más importante para ella siempre fue nadar contra
corriente, salir del tornado en el que se encontraba, luchar para dejar de pertenecer
a la putrefacción, ¿a qué hora se iba a estar preocupando por cultivar dentro
de ella un lindo y delicado ángel?
No cabe duda de que, según las
circunstancias particulares, vamos formando nuestras prioridades, y para Tonya
era más importante mantenerse a salvo de su marido, su madre y sostenerse a sí
misma, que buscar la parte rosa de la vida. No es gratuito tampoco que su madre
le decía que patinaba como “una lesbiana machorra sin gracia” y sí, pero hay
formas de decir las cosas ¿no creen?
YO, TONYA
(I, TONYA)
Dirige: Craig Gillespie
Con: Margot Robbie, Allison
Janney, Sebastian Stan
Produce: Clubhouse Pictures,
Lucky Chap Entertainment
En inglés
Estados Unidos, 2017
120 min.
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