jueves, 1 de marzo de 2018

YO, TONYA



Yo, Tonya de Craig Gillespie, es una película tremendamente entrañable porque ayuda a comprender la esencia más profunda de la verdadera Harding; a pesar de saber quién es, al final quieres ir a correr a abrazarla fuertemente y pedirle perdón, aunque nunca hayas sabido sobre esta atleta olímpica, y decir “te merecías todas las medallas, todos los campeonatos”.



Es una cinta donde Margot Robbie está espectacularmente sensacional, casi irreconocible, su belleza la dejó a un lado para impactarnos con su increíble actuación como aquella mujer inestable emocionalmente, pobre culturalmente hablando, sin educación, sin modales, tosca, pedestre, agreste, violenta, abrupta, vulgar, pocas palabras nos da un ejemplo de lo que se conoce entre el pueblo estadounidense como “white trash” un término despectivo para calificar a aquella gente blanca que no vale la pena en ningún sentido.



Sucede que esta cinta está filmada de manera curiosa y simpática de tal manera que se convierte en un falso documental, es decir, aparecen a cuadro los personajes principales de la vida de Tonya hablando a la cámara como en cualquier entrevista, hilvanando los momentos clave en los que Margot Robbie, en Tonya, rompe la cuarta pared para hablarle al público y rematar con frases irónicas o sarcásticas sobre sucesos que estamos siendo testigos.
Entonces, esta forma de narrar la película permite que el público penetre en los confines de la mente y el alma no sólo de la protagonista, sino también de aquellos que afectaron directamente el destino de la patinadora olímpica.



En primer lugar, la película nos ayuda a despreciar a LaVona, madre de Tonya, interpretado por una estupenda Allison Janney, quien le imprime la dosis perfecta de bajeza en un ser humano, peor si hablamos de las humillaciones a las que sometió a su propia hija desde los cuatro años, la manera en cómo la maltrataba psicológica y físicamente, pero también entendemos que no trataba así a su hija como parte de una estrategia y enarbolar la valentía en la niña, más bien LaVona era así por naturaleza, lo lleva en los genes. 


En un inicio, parece indicar que LaVona empuja a Tonya a que sea una triunfadora para hacer que salga del ambiente social tóxico en el que se desenvuelven, pero finalmente comprendemos que sólo lo hacía porque la madre estaba frustrada, deseaba verse realizada en su hija, la obligó a entrenar patinaje artístico sobre hielo, la sacó del colegio para que se dedicará totalmente a sus entrenamientos, para ser una campeona, una triunfadora, a cambio de insultos, de denigraciones, vejaciones, e incluso intento de matarla, literal.



Segundo, el esposo. Jeff (Sebastian Stan) un Don Nadie, un bueno para nada, un mediocre que prefirió no cursar la universidad aunque ya la tenía asegurada, y en la más cara si era posible, debido a que el gobierno se la pagaría ya que su padre murió en servicio al país; pero no, prefirió el dinero fácil, los trabajos fáciles, el conformismo, así que cuando vio por primera vez a Tonya, decidió tenerla para sí, amarla a golpes, amarla a base de violencia física, ella no le preocupó la situación, al fin había crecido con su madre así, para ella los golpes era demostraciones de cariño.

Tercero, Shawn (Paul Walter Houser), el mejor amigo de Jeff, un mitómano que aseguraba haber pertenecido a las fuerzas especiales de espionaje estadounidense y por tanto conocía todas las técnicas de guerra, defensa y ataque; por ende, fue uno de los artífices del penoso “incidente” en el que se vio involucrada Tonya: el atentado en contra de Nancy Kerrigan. Entonces, la vida y la carrera de Tonya se vinieron en picada vertiginosa.



Podemos decir que Tonya Harding fue una margarita en el centro del estiercolero, una flor que a duras penas pudo crecer y florecer, pero entre la putrefacción social y los cerdos que le rodeaban, que sólo les interesaba el beneficio propio, lejos de cuidarla, acabaron con ella hasta destruirla por completo, ella, como la flor, ni para donde moverse, estaba atrapada, no conocía nada, nadie, no sabía hacer nada, no estaba preparada para hacerle frente al mundo ella misma y sus conocimientos o experiencia, porque no fue a la escuela, nunca trabajó, estaba perdida para siempre, es decir, Tonya sólo sirvió para flor, algo para adornar, algo que finalmente no perduraría su esplendor.
Entonces Tonya era sólo una simple muchachita con talento técnico, pero no pudo destacar porque completamente porque no conocía de gracia, porte, elegancia, carisma, simpatía, dulzura o ternura, aspectos que una patinadora debe también poseer, pero ¿dónde obtener todo eso? La máxima dice “si quieres, puedes, el querer es poder”, cierto, pero cuando lo más importante para ella siempre fue nadar contra corriente, salir del tornado en el que se encontraba, luchar para dejar de pertenecer a la putrefacción, ¿a qué hora se iba a estar preocupando por cultivar dentro de ella un lindo y delicado ángel?



No cabe duda de que, según las circunstancias particulares, vamos formando nuestras prioridades, y para Tonya era más importante mantenerse a salvo de su marido, su madre y sostenerse a sí misma, que buscar la parte rosa de la vida. No es gratuito tampoco que su madre le decía que patinaba como “una lesbiana machorra sin gracia” y sí, pero hay formas de decir las cosas ¿no creen?

Mira el tráiler aquí: 



YO, TONYA
(I, TONYA)
Dirige: Craig Gillespie
Con: Margot Robbie, Allison Janney, Sebastian Stan
Produce: Clubhouse Pictures, Lucky Chap Entertainment
En inglés
Estados Unidos, 2017
120 min.

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